Las feministas tenemos una cita este sábado para pedir que la ley trans sea declarada anticonstitucional. En más de una veintena de ciudades, entre las que se encuentra València, se han convocado manifestaciones y concentraciones para hacer oír nuestra voz ahora que el Tribunal Constitucional estudia si esta ley es congruente con la Carta Magna. Si no fuera porque la politización del alto tribunal es de sobra conocida (el magistrado Juan Carlos Campo, que propuso validar la norma, ocupaba la cartera de Justicia cuando la ley inició su andadura), hoy estaríamos seguras de que esa ley sería declarada anticonstitucional. Los motivos para que sea así han sido expuestos reiteradamente en informes, artículos, manifiestos, y alegaciones tanto al anteproyecto como al proyecto de la ley trans. Otra cosa muy distinta es que nuestros argumentos sean escuchados.
Desde el feminismo luchamos para que nuestra realidad biológica no conlleve sumisión
Y no lo son porque no hay que olvidar que el feminismo constituye una fuerte vanguardia revolucionaria. Es, sin lugar a dudas, la más potente, sólida y compacta de todas las existentes. Es la única fuerza realmente de oposición que existe hoy en día y que se mantiene fiel a su agenda, y esto es, posiblemente, lo que la ha convertido en un movimiento lleno de éxitos, pero también de fuerzas reactivas, como el transgenerismo y su apoyo por parte de sindicatos, medios de comunicación y partidos políticos que, con patente desvergüenza, afirman ser feministas. No sólo no lo son, sino que con su respaldo a la ley trans han causado y siguen causando un enorme daño a las mujeres y a las niñas.
Desde el feminismo luchamos para que nuestra realidad biológica no conlleve sumisión, pero ahora también tenemos que pelear contra una ley estatal, así como contra más de cuarenta textos autonómicos y protocolos educativos, deportivos y sanitarios, que niegan dicha realidad material y que aseguran que lo importante son las percepciones y sentimientos subjetivos de las personas (es mujer quien así lo sienta). ¿Cómo podemos luchar contra todas las desigualdades que nos afectan a las mujeres si se niega quiénes somos? ¿Alguien acaso pone en duda la definición de hombre? Da igual que las personas con cromosomas XX sean mujeres y XY hombres, o que la capacidad de gestar sea una característica exclusiva de las mujeres.
Ahora, Manolo, con su barba y genitales masculinos intactos, pero sintiéndose mujer, puede entrar en vestuarios y baños de mujeres, cumplir condena en cárceles de mujeres aunque le acompañe un largo historial de violencia machista, competir en categorías deportivas femeninas robando medallas y sponsors a quienes justamente los merecían, u optar a plazas reservadas para mujeres en ámbitos donde la representación femenina ha sido históricamente baja, como en los cuerpos de seguridad del Estado. Quienes defendían esta ley decían que nada de esto iba a pasar, y vaya si está pasando.
A este delirio individualista, fruto de un patriarcado neoliberal extremo, sumamos el libre acceso a hormonas y cirugías, puesto que la ley trans prohíbe que el personal sanitario especializado en salud mental emita un diagnóstico previo a dichos procedimientos. Se ignora, de este modo, que niñas y jóvenes que no encajan en los estereotipos sexistas crean que han nacido en un cuerpo equivocado y que sus problemas se solucionarán amputándose los pechos y sometiéndose a una histerectomía (extirpación del útero). Estas niñas, sin información suficiente y sin la madurez que este tipo de decisiones requiere, se convierten así en personas estériles y con efectos dañinos e irreversibles para su salud.
Los informes elaborados tanto por Confluencia Movimiento Feminista como por Feministes de Catalunya no dejan lugar a dudas: cada vez hay más personas atendidas para cambiar de sexo (en la Comunitat Valenciana el número creció en 10.000% entre 2016 y 2021), cada vez son más jóvenes (más del 60% tienen menos de 19 años) y se atiende a muchas más niñas y chicas que a niños y chicos adolescentes. Estos datos, a todas luces alarmantes, fueron ignorados por quienes elaboraron y por quienes votaron a favor de la ley trans.
El Tribunal Supremo de Reino Unido recientemente determinó en una sentencia que el concepto mujer debe basarse en el sexo (la biología) y no puede verse redefinido por su Gender Recognition Act (equivalente a la ley trans). Las compañeras británicas han luchado con uñas y dientes para conseguir esta enorme victoria, es decir, el reconocimiento de que las mujeres trans no son mujeres, sino hombres. También las suecas y las finlandesas han logrado que se reviertan las leyes trans en sus países.
Las españolas no nos vamos a quedar atrás porque no estamos dispuestas a perder la protección de los derechos que, por razón de sexo, tanto nos han costado conquistar. El sábado saldremos a la calle (en València, en la Plaça dels Pinazo), a las doce del mediodía, con la esperanza de que en septiembre, que es cuando está previsto que se retome el debate sobre la inconstitucionalidad de la ley trans, el Tribunal Constitucional tenga en cuenta nuestras reivindicaciones. Si no fuera así, que nadie crea por un solo instante que vamos a abandonar la lucha. No lo hemos hecho nunca y no lo vamos a hacer ahora.